Héctor BlisS

@blissito

hace 12 días

Changuito empapado

Te voy a contar lo que una vez me pasó en Alemania. Viene a mi mente mucho una imagen, una escena, que vivimos en Auschwitz-Birkenau: en el tour conocimos a una señora peruana y su sobrina que la visitaba en europa por primera vez y le cumplía uno de sus sueños: visitar el lugar del exterminio. Estaba lloviendo fuerte y frío: cielo plateado. Entramos siguiendo las instrucciones de ir primero a los campos abiertos. Había algunos guías en pequeños grupitos por aquí y por allá, se les oía hablar en chino, en inglés, todos enjutados en bolsitas de plástico que vendían muy caras, pero en alta demanda. Todos parecemos coloridos costales, globos, azules y amarillos, no flotamos, nos mojamos. Nos mojamos Brendi y yo enjutados en nuestros hules de colores eléctricos, muy contentos y felices. Nos presentamos con ellas mientras conseguíamos los plásticos estos; rápido supusimos el origen por el acento. Caminando juntos luego, encontramos un guía que hablaba español con un grupo muy grande en una de las primeras vueltas y avenidas con ruinas chamuscadas; a mí, me fascinó el paisaje y, la postal, la lluvia y lo lúgubre del lugar hicieron que se me antojara lo que siempre se le antoja a alguien como yo: dejar el grupo. El guía dijo algo de dar muchas vueltas antes de ir a donde nosotros queríamos ir, a la parte con pavimento y edificios, así que decidimos no seguirlo e irnos solos a buscar la gran cámara de gas y luego al letrero. Cuando la señora vio que nos íbamos al lado contrario de hacia donde se dirigía el grupo, intentó corregirnos y orientarnos. Recuerdo que le respondí algo como: !Oh¡ Está bien, queremos ir a ver que hay de este lado. Llovía más fuerte cada vez, lo que acentuaba sus rostros desesperanzados, pues, me habían dicho que no le entendían al chofer que hablaba en inglés y tal vez habían sentido alivio de encontrarnos, no sé. La sobrina se comportaba como un changuito colgado del brazo de la tía cumplidora de sueños que apenas puede con el mico colgante y que me insistió encarecidamente seguir con el grupo: dicen que acá se puede entrar a una barraca que aún tiene el techo. Gracias, le dije, pero iremos por acá ¡nos vemos más tarde, que disfruten! Eso último lo dije con una mezcla de alegría y exhortación mientras damos la espalda y nos vamos rumbo de México. México es una zona dentro de Auschwitz, la más remota, la última que se preparó para recibir más… víctimas; pues, personas ya no eran. El lugar es hermoso, es una zona con árboles y mucho césped, vimos las fotos clandestinas cerca de donde estuvo la cámara más grande, aprendimos la historia de la única rebelión y nos apresuramos a salir para ir a la zona de edificios y exposiciones, la zona bonita, donde está la icónica reja. Había que formarse por un largo rato, y con pretexto de la guerra en Ucrania en ese momento, nos hicieron quitarnos los zapatos y nos manosearon con brusquedad, lo que de seguro acentuó la experiencia para mí. El chofer nos había advertido de esto, del tiempo que podría tomar. Pensé más tarde que, tal vez, la señora no lo había entendido. También pensé que concluí esto muy tarde. Andando entre las calles del museo, ya no vimos a la señora ni al changuito, entramos a los edificios, vimos las lentes y el cabello, vimos las fotos y leímos todo, yo miré la pared de fusilamiento, me imaginé esperando la muerte desnudo y con frio y me imaginé tirando del gatillo con el dedo entumido. El tiempo se agotó, debíamos llegar puntuales a la camioneta, y aún faltaba el botín por el que tuvimos que correr un poquito. Brendi perdonó afablemente todas las groserías del precio de los souvenirs, había poco tiempo y nos habíamos agitado para lograrlo. Se compro sus grandes libros, llenos de fotos e historia, bellezas que yo también disfruto, sin duda, y hasta en español, chulos, a pesar de lo groseros. Nos dimos una buena empapada ese día, yo temía enfermarme, lo que a mi parecer ha acentuado la experiencia aún más para mí; no habría sentido tan profundamente todo lo que sentí ese día si hubiera estado soleado. Subimos a la camioneta escurriendo y mojándolo todo, así todos los demás, el piso era un desastre lodoso. Al llegar a nuestros asientos, siempre atrás, la tia cumplidora de sueños estaba ya sentada en su asiento bien mojada, al lado: el changuito empapado ocupando el suyo. Brendi caminando paso a pasito por el pasillito de la camionetita delante de mi, cargaba con orgullo su librote. El changuito lo miró e inmediatamente se puso a dar saltítos, movía las manos tamborileando su panza, su cabeza, la panza de la tía cumplidora de sueños y su cara también, tamborileabale el changuito echando grititos aguditos. Intentaba decir algo también, algo como: ya vez, ellos si entraron allá ¡y mira, ella sí compró su libro! Luego cruzó los brazos, frunció el ceño y miró hacia el vacío para sentir su oscuridad. Todo esto, mientras Brendi tomaba su asiento y yo, caminando hacia el mio, le sonreía a la tía cumplidora que emanaba angustia y culpa; se frotaba las manitas, supongo que por el frio, y arqueaba sus cejas extremando su elasticidad: le decoraban la carita triste. Me sentí mal por ella, pero ya sentado: me puse mis audífonos para luego cerrar los ojos y escuchar música mientras pensaba en lo que había visto, en la pequeña cámara de gas a la que habíamos entrado, y me olvidé. A mi lado, mi Brendi miraba las fotitos de su celular apoyando sus manos sobre su libro nuevo.

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